El concurso de relatos “La ciudad en cuarentena”, convocado conjuntamente por el Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales UC y el Centro de Estudiantes de Planificación Urbana (CEPUET), ya tiene ganadores.
Así lo dio a conocer el jurado, conformado por el subdirector del Instituto, profesor Felipe Link; la presidenta del CEPUET, Francisca Molinos; la directora de revista PLANEO, profesora Caroline Stamm; el profesor Pedro Bannen; el asistente de Edición de Revista EURE, Pablo González; y el encargado de la oficina de Comunicaciones IEUT, Juan Andrés Inzunza.
Los relatos ganadores son:
- 1° lugar: Antonio Battle, diseñador, con el relato titulado “Luces cálidas”.
- 2° lugar: Karina San Martín, arquitecta, con el relato titulado “Desde mi balcón”.
Comparten, además, el tercer lugar los siguientes participantes:
- 3° lugar: Andrés Hurtado, sociólogo, con el relato titulado “Grito en el balcón”.
- 3° lugar: Pablo San Martín, funcionario público, con el relato titulado “La ciudad interior”.
La invitación fue a presentar un relato, en un máximo de 100 palabras, orientado a expresar experiencias en la ciudad en medio de la pandemia por COVID-19, que tiene a gran parte de la ciudadanía recluida en su domicilio.
104 relatos fueron debidamente presentados, de los cuales 26 calificaron en la categoría de finalistas, 5 obtuvieron la categoría de “Mención Honrosa” y 4 se declararon ganadores.
Tanto el Instituto como el CEPUET agradecen a todos/as y cada uno/a de quienes participaron en este concurso, valorando su disposición a compartir sus reflexiones y destacando enormemente la sensibilidad mostrada por los temas de ciudad.
Relatos finalistas:
Primer lugar
Antonio Battle
Diseñador
Luces cálidas
Al terminar el día, observo desde el balcón las ventanas de los departamentos de la vereda de al frente. Se traslucen las siluetas de familias, de hombres y mujeres solitarias, de las madres solteras, de los adultos mayores. Puedo verlos mientras cocinan, mientras comparten una once o miran el televisor. Intento imaginar cómo se sienten esas vidas, descifrar sus melancolías, adivinar sus angustias o alegrías. A veces paso horas mirando y sin saber muy bien porqué, alcanzó incluso a sentir algo de satisfacción, antes de que se apaguen todas esas luces cálidas y asome una vez más, la fría soledad.
Segundo lugar
Karina San Martín
Arquitecto
Desde mi balcón
Las luces de la ciudad que tanto me gusta mirar, hoy están colmadas de parpadeos azules y rojos con sirenas de fondo. Solía contar las ambulancias ingresar a la urgencia cual juego de niños en viajes de carretera, contaba también los vendedores ambulantes agrupados en las esquinas y el personal de salud que circulaba completamente de blanco por las calles interiores del hospital. Han pasado casi 100 días, y ya no cuento más. Se hace muy difícil cuando las carrozas fúnebres son las protagonistas del lugar.
Tercer lugar
Andrés Hurtado
Sociólogo
Grito en el balcón
Pensé que era una pelea que atravesaba las estrechas paredes del edificio. Bullicio que se sumaba al carrete que llevaba unas horas. Me levanté y abrí la ventana. Una bocanada de aire frío trajo el grito de una mujer adulta.
⎯¡¿No ven las noticias?! ¡Ubíquense! estoy chata, pero me tengo que encerrar porque tengo hijos ¡y no me quiero morir por un virus de mierda! Ahora hay que privilegiar la vida, ¡no sean huevones! el carrete pasa, el trago pasa ¡pero la vida no vuelve nunca más!
Desde mi balcón grité “¡Toda la razón, señora!” y volví a la cama.
Pablo San Martín
Funcionario Público
La ciudad interior
La ventana enrejada de mi pieza me separa de la céntrica vereda. Siluetas en movimiento, conversaciones apagadas, ruido de tráfico. No dimensiono si la agitación exterior es igual o menor a un día cualquiera y me pregunto si ella es una amenaza sabiendo que los malos números han crecido. La gruesa puerta está inmóvil, la fachada muerta. La vieja casa es generosa en patio, en árboles y en tierra. Padre, sobreviviente callejero del gran terremoto asesino y destructor, vive su extraño tiempo afanado en el limonero, el olivo, el quillay y los duraznos trasplantados, en un encierro lleno de libertad.
Menciones Honrosas
Florencia Sepúlveda
Arquitecta en fundación y docente universitaria.
Dos mundos, una ciudad.
Llamé a la señora Paz para saber cómo estaba y si la comunidad necesitaba ayuda. Estaba cuidando a sus papás contagiados con coronavirus. Me corta porque llegó el doctor.
Cinco horas después me dice que está sobrepasada, que se llevaron a sus “dos viejitos” al hospital. “La pena que tengo, y por cuidarlos también tengo covid”.
Dos días después me cuenta que la llamaron, “algo pasó con mi papá y no puedo ir, esto es tan injusto”.
Su papá falleció.
“La vida es bella, mi padre siempre lo supo, fuimos infinitamente felices con él”.
Ella en Renca, yo en Vitacura.
Ignacio Fouilloux
Sociólogo
Cuando todo esto acabe
En noches salpicadas de estrellas, unos que otros pumas aprovechan la tregua para bajar a recuperar lo que siempre les perteneció, mientras posan los cóndores en los balcones de los que sí pudieron confinarse con el refrigerador lleno. A su vez, en los extramuros, al pie del cañón están las manos solidarias de siempre, que revuelven las ollas comunes para resistir los azotes del hambre. Día cien: para burlar al hastío, voy por mi quinta taza de té de lavanda, agradecido que mis pulmones sigan con su labor refleja, para ver así qué mundo nuevo se tejerá cuando todo esto acabe.
Andrés Morales
Arquitecto & Cineasta
Mecanismos de defensa
Creo que nunca había pasado tanto tiempo en mi departamento de soltero. “No tengo tiempo”, solía decirme, para evitar cocinar, limpiar, dormir. Ya no recordaba por qué coleccionaba pequeños objetos inútiles, ni la cantidad de libros que tenía juntando polvo en mi repisa. De a poco me fui sumergiendo dentro de mis cosas; cosas que, como un espejo, me fueron recordando mi niñez solitaria y el deseo infantil de ser adulto. Así me fui fundiendo con piezas de Llego, obras de Gaudí, lápices de colores y recortes de revistas, diseñando una fortaleza de la cual no quiero nunca más salir.
Sofia Leyton
Estudiante de pregrado Planificación Urbana
La fila del súper
Haciendo la fila del súper veo una micro pasando llena de mujeres con mascarilla. Hace unos meses esas mascarillas eran pañoletas verdes y moradas.
Hace unos meses salíamos a la calle a gritar demostrando que la cocina no es el único lugar donde somos poderosas. Hoy las mujeres de la micro salen para poner comida en sus mesas.
Las pañoletas verdes aún viven con esas mujeres, algunas cuelgan de carteras y mochilas y las acompañan en la micro y otras las esperan seguras en casa.
Miro hacia atrás, a un metro una pañoleta verde espera paciente para entrar al súper
Francisca Koppmann
Estudiante de Ciencia Política y Magíster en Políticas Públicas UC
Temor al encuentro: la ciudad desde la ventana
Este ha sido un otoño distinto. La ciudad sigue su curso: las hojas caen y las primeras gotas de lluvia mojan las veredas, pero ya nadie sale a pisar las hojas, ya no podemos sentir el aire fresco sin intermediación de la mascarilla, no podemos hacer de la ciudad un espacio de encuentro. La ciudad en cuarentena luce distinta: un lugar desierto, únicamente poblado por millones de paredes que refugian a quienes permanecen en casa. Hoy la ciudad se ve diferente, se mira a través de la ventana, pero no se vive. Nos miramos desde lejos, sin encuentro.
Otros relatos finalistas
Daniel Vargas
Arquitecto y Planificador Urbano
Entre ventanas
Transcurre el día, miro la ventana, luego la pantalla. Repito la rutina. Mi ventana enmarca la ciudad como una fotografía desgastada que muestra solo una parte: mi oficina vacía, el bar sin mis amigos, ningún alumno en mi universidad.
La frontera entre mis tareas se desvanece: finalizo una reunión con mi jefe, chateo con mi hermano, saludo a mi profesora; la vida transcurre por la pantalla, sin pausas, sin traslados, al parpadear. En el trasfondo, el maullido de mi gatita, el grito de mi mamá en la cocina, afuera llueve, no hay quien se moje, la clase está por comenzar.
Gladys Castro
Nana
Mugre
Acostumbrada a ser el animal doméstico de una casa ajena, solo pensaba en sacar la mugre pegada a las cubiertas de granito, pero anunciaron la cuarentena y a la jefa se le cayó la careta. Dios sabe que esas cruces de oro blanco sobre el pecho merecían estar dadas vuelta. Ahora me doy cuenta, encerrada en mi humilde chalé, que aquí el polvo no se junta bonito, porque donde la pared encuentra el suelo aún falta el junquillo, aquí en cada rincón o esquina el polvo cae esparcido.
Ignacio Yañez
Arquitecto
Croquis sin permiso
Recuerdo mi primer año de arquitectura y sus eternos croquis, me criticaban por la falta de habitantes en ellos y la falta de habitabilidad que se evidenciaba, una lección esencial para entender la ciudad.
Hoy me he escapado a croquear, ya profesional, como manera de mantener la sensibilidad, observación y análisis del momento actual.
Hoy los croquis no tienen habitantes, quizás mis croquis hoy vuelven a ser insensibles y la ciudad un espacio inhabitable. «Me mantengo croqueando».
¡Su salvoconducto para dibujar! ,!, escucho una voz robusta detrás mío, mi permiso era para ir al supermercado, multa por irresponsable.
Alejandra Sandoval
Candidata a Doctor en Arquitectura y Estudios Urbanos
Las mascarillas
Algunos rostros detrás de mascarillas, una docena de personas asiáticas a mi alrededor en el supermercado. Al salir, los rostros londinenses descubiertos y un frenesí comercial habitual, parecía que no pasaba nada. Un viaje transcontinental y encuentro rostros quiteños relajados ante una amenaza distante. Un viaje intercontinental, todo normal, incluso una enorme marcha por el 8 de marzo acompaña a los santiaguinos. Dos semanas más tarde las calles de Quito desoladas, dos meses y medio Santiago encerrado y Quito liberado. Liberado porque el hambre apremia más que el virus. Se comerá, aunque los contagios incrementen… todos los rostros tras mascarillas.
Verónica Uzon
Geógrafa
Peatón
Al caminar mantengo distancia social. Un metro, dijeron. Rozo muros y rejas esquivando a otros peatones. Me pregunto si quedarán prontamente en desuso las veredas estrechas.
Veo proliferar pequeños comercios en el barrio, algunos sin cobijo. Me pregunto dónde se ocultaban antes aquellas personas.
Me observan desde las ventanas. Me pregunto si antes de la pandemia mi paso resultaba de interés.
En estos días entendí que la ciudad y yo nos hemos ignorado.
Al cabo, cuando este período termine, recorreré una ciudad nueva. Usaré todas las aceras, compraré cosas en la calle y saludaré a las gentes tras las cortinas.
Andrea Rojas
Dra. en Arquitectura y Estudios Urbanos
El mall: crónica de una muerte no anunciada
La estructura urbana capitalista cedió, un virus la desarticuló, dejando al descubierto una globalización enceguecedora. El mall, ese gigante egoísta, acérrimo aliado del consumo de masas, se ha visto interpelado. Expertos señalan que las micropartículas del mediático virus permanecen suspendidas en el aire y en determinadas superficies por varias horas, incluso días.
Lo que antaño fueron amplios y luminosos pasillos, con atractivas vitrinas, capaces de hechizar a multitudes con imperdibles ofertas, hoy parpadean temerosos ante la crónica de una muerte no anunciada. ¿Desaparecerá el mall, o estamos frente a la oportunidad de reinventarlo como un espacio público de calidad?
Antonio Torres
Repartidor de pizzas
Avenida silencio 505
Te va quedando aún la hermosa ofrenda del viento, que son las hojas de colores que te regalan los árboles para que tus calles no sean solo ausencia. Te hemos hecho el quite y hemos encerrado nuestras almas hasta que pase el invierno. Te hemos dejado sin la sonrisa de los rostros que solían andarte, para dejarte sola ante unos cuantos ojos trémulos que te miran con desconfianza y rencor. Te siento triste e invadida por tu insondable nostalgia de calles estentóreas. Tus días son un tango dominguero que ya nadie quiere bailar. Escucho tu silencio. Silencio.
Camila Gutiérrez
Arquitecta
Distopía veinte veinte
Volcados hacia dentro la densidad se vuelve más densa.
La virtualidad reina como la única propuesta de contacto y conexión entre los habitantes de un territorio en crisis.
La ciudad es una ficción a la que puedes acceder a través de un permiso, que te es concedido si calzas en una de las 13 categorías posibles de usos que le puedes dar a tu experiencia urbana.
La pandemia del control social se esparce por las calles, por las plazas, por las casas, mientras nosotras anhelamos que el distanciamiento no termine por aniquilar lo público del espacio.
Cristobal Ortiz
Estudiante y trabajador part-time
Nostalgia de la comunidad
Vivir la cuarentena en la metrópolis es, para quien tiene el «privilegio», replegarse a la familia. La ciudad sólo entra por las pantallas de los dispositivos electrónicos, y, de vez en cuando, mediante quien vuelve luego de un trámite. Eso es lo que se recibe, la única manera en que el mundo entra al reducto hogareño. Y aquí se mezcla con los recuerdos y los demonios, también confinados, que conflictúan la conversación familiar. Por esto, cada conversación rechaza lo de afuera y mira hacia dentro y atrás: en busca de la comunidad perdida, aquello que un día será vida buena.
Paula Hernández
Profesora de Educación Diferencial
Aflicción tras la ventana
Tiene dolores de cuarentena. Desde su ventana los ve en la calle y le remuerde la conciencia que lo miren con sus frentes marcadas por un dejo de sumisión y no de soberbia. Él dentro y ellos afuera, movidos por la implacable necesidad del pan. Siente dolor, porque ve la desigualdad a través del umbral que lo separa de la calle, desde el privilegio que lo aleja de la enfermedad.
Sofía Contreras
Estudiante
Silencio de cosas inmóviles
Odio los helicópteros.
Odio el sonido oscuro y macabro que irrumpe violento la transparencia del aire.
Espero la media vuelta de la máquina, ésta se aleja y se lleva consigo otros espacios. Si no fuera hoy, si no fuera ahora, volvería a escuchar algo como un ruido de cosas que se mueven.
Pero el helicóptero hoy se retira y me quedo más sola que antes. Me acompañan una mosca y un coro de perros que nunca se callan. Mas allá de eso, sólo hay noche y ahora mismo no puedo verla
Miguel Carvajal
Estudiante
Madrid: la ciudad silenciada
Vi al virus en febrero cuando regresaba de Santiago a Madrid, había cierta alarma en los aeropuertos. Aun así, no me esperaba la pesadilla: elegantes bulevares, tiendas y amplios parques como el Buen Retiro acumulando polvo, el silencio adueñándose de las calles, interrumpido únicamente por el sonar de las ambulancias; la ciudad bulliciosa y estruendosa por naturaleza, ¡ya no lo era! Así y todo, al canto del Dúo Dinámico «Resistiré», desde mi pequeño balcón pude advertir un océano de aplausos a los sanitarios, disfrutar de conversaciones interminables y adquirir un nuevo vicio; el cinquillo, juego de cartas de baraja española.
Mitchele Vidal
Arquitecta y editora
Ciudad delivery, año 2020
No sabía si era sábado o junio.
Después de tres semanas, dos días y media hora salió a dar una vuelta por su barrio.
No se conformaba con el rayito de sol que se filtraba -a ratos- por el vidrio roto del living.
Quería caminar, recordar cómo se siente la brisa en la cara, aunque llevara enmascarada la sonrisa.
Era indispensable hablar con la mirada y contemplar la inutilidad de los semáforos ahora que no había nadie afuera.
¿Nadie?
Varias bicicletas con mochilas cruzaron la vereda. Ciudad delivery, ¿no era ese el nombre de una novela distópica?
Nicolás Escobar
Constructor Civil
Luz, cámara, acción.
¿Sabes cómo lo veo?, como aquellas mañanas de febrero. Como si esta ciudad le hiciera un guiño a una película de drama. Mejor dicho, una de suspenso. Como que hay algo que no cuadra. Entiendo que la mayoría esté trabajando desde sus hogares y que otros tengamos que salir, pero no toparse con algún un perro o una bandada de pajaritos, me parece sospechoso. Cruzo por el puente y veo que el Mapocho hace su trabajo, pero disimulando. Siento como si esto fuese un experimento con cientos de cámaras ocultas y millones de ojos mirándome desde algún otro lado.
Antonio Razeto
Abogado
Trayecto
Ya de noche, bajo un poco la ventana, algo de viento en la cara para no dormirme en el camino, pero hace frío, mejor cerrarla, no sería bueno enfermarse ahora con todo lo que está pasando, a mis espaldas mi hija reclama que se despertó con el ruido, es cierto que la ventana no está buena y suena al subirla, suerte que ya se volvió a dormir, miro hacia ambos lados, doy una vuelta en «U», sigo derecho y viro hacia la izquierda para volver al comedor. Prendo el computador, tengo que aprovechar que está durmiendo para seguir trabajando.
Paulina Vergara
Estudiante de Ingeniería Civil
Horizontes
El único horizonte que podía mirar desde su ventana eran las paredes de los edificios circundantes, que además le quitaban los rayos de luz solar.
El único horizonte que podía mirar desde su ventana era la cordillera de los Andes en todo su esplendor, y si tenía un poco de suerte, en la noche veía algunas estrellas fugaces.
Quizá en otro tiempo, o en otra vida, ambos verían el mismo horizonte.
Constanza Santis
Planificadora Urbana
Quisiera volver a oler
Pero… ¿dónde están todos?
¿Y mis amigos humanos?
Mi colita se esconde; siento soledad en la calle.
Ya no siento olor de personas transitar, ni de autos pasar.
A lo lejos diviso a otro como yo, moviendo la cola desde
ese cimiento que tapa el sol desde la altura;
seguramente está con su amo.
Percibo venir a una bicicleta; perseguiré su rueda.
Entró ahí, a ese lugar lleno de colores y aromas; ellos lo llaman Cité.
¡Están todos adentro!, ¿Por qué? Ahí viene María.,
¿Me dará uno de sus bocados?
Ellos solo intentan sobrevivir, al igual que yo.