El profesor del Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales, Roberto Moris, publicó el 13 de marzo una columna para el medio H2 News.

«El futuro sostenible de Chile dependerá de nuestra capacidad colectiva para renovar no solo tecnologías energéticas, sino principalmente nuestras formas de pensar y construir un territorio más equilibrado, resiliente e inclusivo»
– Roberto Moris Iturrieta
Chile se encuentra ante una oportunidad histórica sin precedentes para redefinir su matriz productiva y energética gracias a sus ventajas comparativas excepcionales en el desarrollo del hidrógeno verde y amoniaco verde. A diferencia de los ciclos extractivos tradicionales que marcaron nuestra economía, esta nueva industria se fundamenta en recursos inagotables como el sol y el viento, ofreciendo la posibilidad de establecer un modelo de desarrollo genuinamente sostenible.
A diferencia del auge salitrero del siglo XIX, basado en recursos finitos, esta nueva era industrial presenta una paradoja histórica: el amoniaco vuelve a protagonizar nuestra economía, pero desde la sostenibilidad, proyectando a Chile como líder global en la transición energética. Con recursos renovables que representan el 70% del costo de producción, nuestro país puede generar el hidrógeno verde más económico del planeta. Sin embargo, materializar este potencial exige trascender la implementación tecnológica para desarrollar un modelo integral que equilibre prosperidad económica, conservación ambiental y bienestar social.
Los territorios de Mejillones en el norte, Quintero Puchuncaví en el centro y Magallanes en el sur emergen como áreas estratégicas para este nuevo paradigma energético. Mejillones, con su bahía protegida y experiencia industrial, invita a establecer un modelo de integración armónica entre industria y ciudad. Magallanes, con su extraordinario recurso eólico y posición geopolítica privilegiada, ofrece condiciones ideales para atraer industrias intensivas en energía como centros de datos globales, resurgiendo como nexo de comunicación tanto físico como digital.

La planificación territorial integrada resulta fundamental. Debemos superar la visión que separa artificialmente zonas industriales y áreas residenciales, avanzando hacia modelos donde los polos productivos convivan armónicamente con ciudades de alto estándar en calidad de vida. Las ciudades asociadas a estos polos energéticos pueden convertirse en laboratorios de innovación territorial y tecnológica, implementando soluciones en movilidad sostenible, eficiencia energética y economía circular.
El reciente apagón nacional de febrero 2025 evidenció la fragilidad de nuestro sistema eléctrico y la urgente necesidad de fortalecer su resiliencia. Este evento revela la excesiva centralización de nuestra red, problema que podría abordarse mediante la descentralización productiva y el desarrollo de polos energéticos regionales con mayor autonomía. En este contexto, el hidrógeno verde y el amoníaco verde emergen como vectores estratégicos para almacenar energía renovable y estabilizar el suministro, facilitando su transporte e integración global.
Los modelos convencionales de planificación, con sus perspectivas fragmentadas y procesos centralizados, resultan insuficientes ante esta transformación energética. La “dispersión institucional” y “fragmentación de datos” han obstaculizado políticas territoriales efectivas.
Se requiere contar con sistemas de gestión integrada que combinen tecnología avanzada, análisis multidimensional, modelos de trabajo colaborativo y participación ciudadana efectiva, facilitando la interacción fluida entre funcionarios públicos, expertos sectoriales y comunidades locales mediante visualización de datos en tiempo real y espacios virtuales colaborativos. Este enfoque fortalecería significativamente la gobernanza territorial, la resiliencia ante disrupciones y el desarrollo sostenible de los polos energéticos emergentes, estableciendo un nuevo estándar en transformación digital a través del trabajo intersectorial coordinado y la toma de decisiones basada en evidencia.
El hidrógeno verde puede catalizar una descentralización productiva efectiva mediante polos industriales regionales que diversifiquen nuestra estructura económica. Para materializar este potencial, requerimos principios orientadores claros: integralidad en nuestros enfoques, equidad en la distribución de beneficios, adaptabilidad ante incertidumbres y participación sustantiva de comunidades diversas. El futuro sostenible de Chile dependerá de nuestra capacidad colectiva para renovar no solo tecnologías energéticas, sino principalmente nuestras formas de pensar y construir un territorio más equilibrado, resiliente e inclusivo.