El académico IEUT Giovanni Vecchio, reflexiona en esta columna acerca de las diversas realidades de las ciudades en el mundo, en un contexto de cambio climático en el que fenómenos como las inundaciones se vuelven cada día más frecuentes.
Una ciudad se hunde frente al aumento del nivel del mar. Otra enfrenta repetidas inundaciones. Otra ya no tiene espacio para sus habitantes. El cambio climático plantea problemas urgentes para las ciudades que habitamos, requiriendo adaptar su funcionamiento a través de soluciones innovadoras. Para lograrlo, la planificación urbana es un aliado esencial, aunque no siempre considerado por las políticas públicas y el debate sobre los desafíos más apremiantes para la sociedad.
Ciudades de todo el mundo están enfrentando escenarios nunca antes vistos y, a través de planes y proyectos urbanos ambiciosos, deciden qué tipo de lugar quieren ser en el futuro. Tres ejemplos, vinculados a la relación entre ciudad y agua, muestran diferentes maneras de planificar el futuro a través de decisiones valientes. En Indonesia, el gobierno ha decidido la construcción de una nueva capital, Nusantara, para hacer frente al constante hundimiento y a las continuas inundaciones de Yakarta. Rotterdam, en Países Bajos, ha optado por convertirse en una “ciudad esponja”, transformando su espacio público con más áreas verdes y zonas de infiltración para absorber con mayor facilidad las aguas lluvias. Nueva York tiene a disposición dos alternativas: una gran barrera de arena en el lado sur de Manhattan, propuesta por el arquitecto Bjarke Ingels, o un parque inundable a lo largo del río Hudson, propuesto por el MIT, para enfrentar el crecimiento de las aguas en caso de huracanes o lluvias intensas.
Se trata de estrategias diferentes que comparten un elemento fundamental: todas son el resultado de un proceso de planificación. Muchas veces se considera la planificación como un conjunto de normas que debería regular el desarrollo de una ciudad. En otros casos, es un instrumento para guiar las inversiones públicas y privadas en un territorio. Pero la planificación urbana es mucho más: es un proceso para visualizar qué futuro queremos para los lugares que habitamos y qué decisiones debemos tomar para acercarnos a ello.
Para definir qué futuro queremos y para materializarlo en nuestras ciudades, tenemos a disposición múltiples herramientas. Las decisiones muchas veces se toman en procesos liderados por el sector público, pero los aportes para materializar estas intervenciones vienen de la sociedad civil y del sector privado, además de instituciones municipales, regionales y nacionales. Los instrumentos que nos permiten dar forma a estas decisiones incluyen nuevas normas, pero también inversiones y acuerdos entre actores que tienen roles claves. Las acciones que podemos desarrollar tienen que ver con específicos ámbitos de intervención – la vivienda, el transporte, la energía – pero requieren cada vez más acciones integradas, que permitan abordar diferentes desafíos con una única intervención. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando pensamos en infraestructuras multipropósito, como un corredor de transporte público diseñado para ser, al mismo tiempo, un corredor verde.
Planificar la ciudad significa entonces tener una visión compartida sobre los lugares que queremos habitar. Es difícil llegar a una visión que ponga de acuerdo a todos los actores de una ciudad, pero es necesario poder definir cómo queremos enfrentar desafíos urgentes y, a partir de esto, establecer marcos de acción que movilicen a los actores de la sociedad hacia objetivos comunes. Para hacerlo, cada vez más necesitamos profesionales formados en planificación urbana, que sean capaces de proponer soluciones para ciudades y territorios y, al mismo tiempo, puedan manejar los procesos decisionales que permiten elegir estas soluciones. En tiempos de profunda polarización política, tomar decisiones colectivas es complejo, pero cada vez más necesario para no enfrentar, solos, desafíos que nos afectan a todos por igual.